En plena preocupación mundial por las injerencias rusas en las elecciones de múltiples países occidentales, y con las autoridades de Estados Unidos sospechando de compañías como Kaspersky Lab por sus posibles colaboraciones con el gobierno de Vladimir Putin, tres de las principales compañías de software del planeta se han bajado los pantalones ante el último gran aliento de la extinta Unión Soviética.
Y es que IBM, Cisco y SAP han aceptado las exigencias de Moscú para procurar gran parte del código fuente de sus programas y soluciones de seguridad, uniéndose así a Hewlett Packard (HP) o McAfee. Este controvertido y preocupante movimiento, anunciado por Reuters, se produce en un contexto en el que Putin y los suyos llevan pidiendo más y más control (oficialmente, “revisión”) sobre productos informáticos como cortafuegos, antivirus o sistemas de cifrado que no hayan sido creados en el país.
Estas solicitudes viven un espectacular aumento desde 2014 -coincidiendo con las crecientes tensiones políticas con Europa y EEUU-. Según los registros públicos de la FSTEC, de 1996 a 2013 se llevaron a cabo revisiones de código fuente para 13 productos de tecnología occidental. Sin embargo, en los últimos tres años se realizaron nada menos que 28 inspecciones.
Una políticas pensadas supuestamente para asegurar que las agencias de espionaje occidentales no hayan ocultado ninguna puerta trasera con la que penetrar en los sistemas militares o infraestructuras críticas rusas. Justo de lo mismo que se le está acusando a Putin en el resto del globo.
Las opiniones expertas un poco menos confiadas temen, por el contrario, que estas inspecciones puedan servir al gobierno ruso para detectar posibles vulnerabilidades en el código fuente de estos programas de modo que puedan acceder a cualquier empresa u organismo estadounidense o europeo a su antojo. De hecho, Symantec ya ha dejado de colaborar oficialmente con las autoridades neosoviéticas por miedo a que estas libertades puedan comprometer la integridad de sus productos de seguridad.
La presión es enorme: no ceder a las pretensiones de Putin significa quedarse fuera de un lucrativo mercado más necesario que nunca también para acceder a empresas que operan no sólo en Rusia sino en gran parte de Europa del Este y Asia.
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